Digan las cosas como tienen que ser.

Según Freud -y le creemos (Biografía de Sigmund Freud)- Schiller (Teatro) escribe a Körner: “en los cerebros creadores sospecho que la razón ha retirado su vigilancia de la puerta de entrada, deja que las ideas se precipiten pêle-mêle al interior, y entonces es cuando advierte y examina el considerable montón que han formado” (El Inconsciente).
A mí me sucede retirarla a voluntad, a la vigilancia de la razón, digo; como si estuviera mirándome soñar o mirando los sueños de otra persona (El conocimiento, un sueño humano).
Pero lo raro es que intento entonces escribir dentro de esta ensoñación (La transmutación de la escritura) a lo que además de todo agrego entonces la idea de que tengo una superconciencia ya que no una conciencia (¿Que es la conciencia?); me fijo en cada movimiento del lápiz y soy aparte consciente no de mi conciencia sino de la inutilidad de ella y también de la inutilidad de “crear” (Investigar para crear y resolver problemas).
Me salen cosas como ésta, que intenta ser un cuento realista (El cuento y sus características):
Patricia
Ella era bella, si se me permite un personaje demasiado estereotipado que no le quite verosimilitud al relato, y estaba sentada -le parecía que la vida era que estaba sentada dentro de una carroza, y que, la vida seguía por sus propios medios, lo que no le resultaba para nada incómodo.
Ahora me arrepiento de que fuera tan bella puesto que hay que describirla y no, no lo parecería tanto resumiéndolo en partes: alta, delgada, cutis de magnolia, grandes ojos de miel. Y tampoco era así: delgada no era, y mucho menos alta, sus ojos eran castaño de tamaño normal y relucientes, pero sin miel; y sólo la piel -no sé si era de magnolia, que es una flor que desconozco- podría describirse con palabras formales tales como perfecta, pálida, con fragmentos rosados donde debían estar rosados (no, por ejemplo, en la nariz). Y mucho más allá no profundizaré en la belleza, porque no sé qué es.





Pero tampoco daba con el tono justo para conmemorar la jornada de ayer. Sí, pasó la mañana hablando con el autor de un libro que ella debía editar (Las Ferias del Libro en la Historia). Una buena charla (Teocrito), extrañamente serena y productiva -recuerdo esa mañana, el autor era Germinal Nougués, con una imponente ant




















