El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones

Nos sentábamos en el umbral de la casa con una muñeca en cada mano, mi amiga Lila y yo. Éramos tan chicas que las muñecas debían tener poco peso, eran de trapo. No las amábamos demasiado, eran un juguete más que nos habían dado para salir a la puerta, mirar pasar los autos sin cruzar nunca la calle, y observar -eran los tiempos en que las niñas y los niños, por más pequeños que fueran, salían tranquilamente a la calle, con la única advertencia de no cruzarla.