2020 y la Vida que debe madurar sin perder la inocencia del amor

2020 y la Vida que debe madurar sin perder la inocencia del amor
Que este año lleguemos sanos y salvos al año que viene

viernes, 24 de diciembre de 2010

El triunfo de la moda

Como muchos de mis lectores -y visitantes- saben, vivo en Buenos Aires, frente al edificio de Obras Sanitarias, del famoso Palacio de las Aguas Corrientes, que parece más bien preparado para un cuento de hadas que para trámites burocráticos.


Habito un tercer piso, por la calle Riobamba, y sólo separado por el balcón y unos cuantos metros cúbicos de aire libre tengo todo un panorama, como una pintura, como un friso, donde están inscriptos dos palos borrachos y una palmera erecta, alta y centenaria.

A veces, con las tormentas, la palmera se mueve peligrosamente y, a fines de la primavera del año 2001 -precisamente cuando hacía tan poco, el 11 de septiembre, habían desaparecido con tanto estrépito las torres gemelas en Nueva York-, yo sospechaba que en algún momento podría caer rectamente justo sobre mi propia casa, pero eran sólo momentos, sólo ráfagas de pensamientos autodestructivos, porque a todo eso estaba venciendo la depresión que me causaron la muerte de Olga Orozco y también mi fracaso de poeta.

Silfos del aire, ondinas del agua, gnomos de la tierra, salamandras del fuego. Aries: la Vida, primer arcano sobre el humano encarnado. Ahora todo es reflejo, acá parece comenzar lo humano, y en sentido descendente el humano superior, ya que también empieza el zodíaco, el plano físico terrenal.

La divinidad en la naturaleza asciende a la divinidad en los humanos para que lo divino en lo humano ascienda o se reintegre a lo divino en lo divino, o Dios en Dios, Dios-Padre y Madre.

Todos los campos de Marte-que pertenecen al ariano- están preparados, sus semillas están dando frutos, sus armas también. Marte, el guerrero de los próximos años y siglos.

Trata de hallar el secreto, lo inexpresable de la relación. Visita el infierno, encuentra a Paolo y Francesca, los condenados por amor cuya condena es precisamente consumirse eternamente en el amor; encuentra también a los suicidas convertidos en árboles, de los cuales cada hoja, cada rama, provocan un dolor diferente. Aunque no comprendas mira todo esto y transfórmalo.

La frase que coloqué como título es de Lao Tsé y me parece la más indicada para darle sentido a la palabra Navidad en el corazón de toda la gente.

Lo que no significa que la festividad sea mínima, al contrario. Es para todos, para todos los religiosos por más extraña que sea su religión, para todo creyente y, también, para quienes como yo vivimos en los grises espacios de la duda.

Y para quienes no creen en absoluto ni por un momento que la vida nos trascienda, que lo invisible se haga presente alguna vez.

Sí, pretendo conmemorar la Navidad con una frase de alguien que ni siquiera supo de Jesús, ya que nació más de quinientos años antes que él, y que, además, era menos severo, más predicador de goces que de cruces, más humano y menos divino.


Pero también voy a celebrarla leyendo a un autor católico, casi fanático. A alguien que ya leía cuando era chica, cuando robaba libros de la biblioteca de papá: Giovanni Papini, atormentado y seductor.

¿Y por qué traigo a colación a este autor “fanático”, a mi papá de infancia y a mis sentires infantiles, diferentes?

No hay comentarios:

Publicar un comentario