2020 y la Vida que debe madurar sin perder la inocencia del amor

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Que este año lleguemos sanos y salvos al año que viene

sábado, 15 de mayo de 2010

Diarios impersonales como espejos

Encuentro diarios íntimos por toda la casa. Pero hay unos fragmentos de uno que, además, quiere ser “impersonal”. Sorprendentemente, empieza con un “3 de septiembre” de ningún año, y la penúltima entrada es del “3 de septiembre” del mismo año o de ninguno. 


Pero no, el año parece ser el 2001. Hay una catástrofe y amores resentidos. Creo que menciona el cacelorazo de diciembre de ese año que derrocó a un presidente -y todo su gobierno- en Argentina. También la caída de las torres gemelas de Nueva York… todo es tan oscuro. Paso a transcribirlo:

3 de septiembre

Como era previsible, se había vaciado -tan caro lugar común- ante la página en blanco. Su pretensión de escribir un diario impersonal había dado vueltas tantos días, girado, picándole cual avispa celosa, que ahora lo que debía ser en realidad un listado de sucesos que le habían ocurrido a “ella” -¿o no, esto no debía ser un simple listado?- le resultaba duro de cumplir. 

Se propuso empezar por el día de ayer entonces, ya que el de hoy acababa de comenzar -eran las diez de la mañana de un domingo, muy gris por lo demás. Pero tampoco daba con el tono justo para conmemorar la jornada de ayer. Sí, pasó la mañana hablando con el autor de un libro que ella debía editar. Una buena charla , extrañamente serena y productiva -recuerdo esa mañana, el autor era Germinal Nougués, con una imponente antología sobre el tango. Germinal murió sin ver su libro publicado.

Aunque seguramente la productividad había trascendido su conciencia, se había instalado en su inconsciente, quizá para ayudarla en su nueva tarea de editora, porque ahora ni siquiera eso podía recordar. Extrañamente, ahora las recuerdo. Sí algunas palabras que había dicho, cuando, con el autor, hacían paréntesis entre las correcciones y aclaraciones del libro y hablaban “de la vida”. 

Ella había dicho: “¿Sabe?, después de los cincuenta -aunque los pasé sólo por uno- es cuando empieza uno realmente a darse cuenta de que se va a morir. Antes uno se cree inmortal”. Desde lejos festejo la coquetería vana y hermosa de “ella”, que aclara que pasó los cincuenta sólo por un año. Y no era del todo verdad, al menos en su caso. No era verdad porque la muerte había girado a su alrededor, peor que cualquier avispa, y no sin aguijón, como en la Biblia. En este momento ella, que por descuido había escrito con minúsculas, volvió sobre sus pasos y corrigió, en la computadora eran fáciles los arreglos. Pero había tenido el impulso de seguir escribiendo, y no obstante corrigió, no lo dejó para después…

Asomado -sí, en masculino, porque se trata de
un señor- a este obstáculo que salvó inmediatamente, apareció en ella la sombra de su padre -¿pero no estamos hablando de “la sombra”, sustantivo femenino? “Si un defecto, si se puede llamar defecto, tenía papá es que era supersticioso”, pensó.



Aunque, ¿por qué estaba remontándose tantos años, si acababa de tener en la cocina, mientras desayunaban, un diálogo -hacía años que no tenían un diálogo sino violentas discusiones cuando se tocaba el tema que tocaron- con E., la amiga con la que vivía.

El tema era el sexo -acá se ve la lucha por la igualdad sexual, aborda sin otras previsiones la cuestión de las relaciones, como si se tratara de una pareja de seres comunes, no de homosexuales (dispénsenme la ironía remota). Ella siempre comenzaba preguntándole a E., porque realmente quería saber, quería entender, por qué hacía quince años que estaban juntas y más de diez que no tenían sexo; ¿eran o no una pareja?


Le había preguntado por los primeros años de esta relación, en verdad había sido extremadamente cauta esta vez, cosa inconcebible en ella, en este tema que la torturaba tanto, de un modo que E. había debido responder, también con cautela, pero sin violentarse. De todos modos tampoco tenía muchas ganas ahora de transcribir ese diálogo que por otra parte -con o sin violencia, en todas sus gamas- se repetía continuamente: hoy también había dejado escapar el pez de oro, diría su amado poeta Daumal, el surrealista.

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