2020 y la Vida que debe madurar sin perder la inocencia del amor

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Que este año lleguemos sanos y salvos al año que viene

sábado, 15 de mayo de 2010

Drogas y Muerte

Los principios de los años setenta (La “Comunicación Horizontal” a la vuelta de treinta años) estuvieron tan llenos -aparte de pasión y de pasiones- de cierto humo, de algo que se quema, de incienso y mirra digamos, que parece que cuando una los recuerda, obran en la memoria, desde aquí mismo, desde el hoy, los efectos tan dulces, tan peligrosos para los sentidos de la hierba celeste -digo, claro, la marihuana o María Juana, la inocente (Las Drogas).

Cuando fumé mi primer cigarrillo de marihuana -no fue el último, aunque casi- yo ya me había drogado varias veces con la realidad, con las confusiones de la realidad y, además, con las confirmaciones de la realidad -era y es tan irreal… (Realidades paralelas y la percepción de la realidad).

Un amigo de cuyo nombre sí quiero acordarme me llevó a un chalecito en las afueras de Santa Fe -algo así como un barrio en donde los muchos empleados públicos de mi ciudad se habían construido un refugio con techo a dos aguas para los fines de semana; el río estaba cerca, también los árboles, y hasta en la casa había un jardín desmantelado y un perro llamado -este nombre parece que nunca se borró- “Capitán”.

Yo ya estaba drogada, reitero, cuando entré en la casa. Primero porque era adolescente; segundo porque eran los setenta, el inicio de los setenta, y todo se tambaleaba, a veces poéticamente; nada tenía límites exactos.

Pero la “droga” concreta la encendió en un delgado pitillo este amigo que digo, y me la pasó: “Dale una pitada profunda… undaaaaa”.

“Undaaaaa”…, eso sentí; una profunda e inmediata borrachera del corazón que me latía en los oídos y sentí que la música que venía de algún “combinado” o de alguna radio salía de mí directamente con los latidos -unos doscientos- del atropello de mi corazón.

 

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