




En los días vertiginosos de mi primera juventud, porque ésa es la edad de las tragedias del corazón, yo leía con fervor a Dostoievski.
Lo leía de una manera diferente a como lo hacía con otros escritores: Proust, por ejemplo, Re-descubrir el fuegoexquisito pastel, escuchar músicas delicadas, vestirse de princesa.
Dostoievski era lo oscuro del corazón, aunque yo ya podía percibir dentro de esa fatalidad la ingenuidad, la ternura de los "retratos" que pintaba, las personas que eran su materia, esas "pobres gentes" llenas de grandeza y de drama que tenían un aire de mi tierra latinoamericana.
Y como era para mí el momento de los grandes amores, yo estaba enamorada -además de un muchacho real que bien recuerdo- del protagonista de Crimen y castigo.







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