









Parece que el tiempo fue un viento que me limpió de deseos y esperanzas, como en las enseñanzas zen. Digo esto como una mujer vieja que mira la noche detrás del vidrio de su cuarto.
Examino mi cuerpo; la piel ha vuelto a ser suave: ahora es de pergamino; miro los pétalos de las flores del jardín con cierto resentimiento. “Recuerda, cuerpo, cuánto te amaron” (no sé si el propio poeta -Kavafis- recordaba en verdad cuánto su cuerpo había sido amado cuando escribió ese verso. ¿Es posible que las caricias estén inscriptas imborrablemente?).
Creo que desaparecen cuando la piel se renueva -no, el cuerpo no recuerda La memoria recuerda al cuerpo que la alojó y me dice que para hablar de la vida amorosa exclusivamente, que haya penas, que haya lágrimas…
Es una habitación cerrada esta memoria. Es -si hago crecer esa habitación- un mundo desaparecido cuyos cantos todavía se escuchan en la oscuridad del recuerdo profundo, de lo sin olvido profundo, como si en la parte de la ”memoria colectiva” que me tocó cantaran todavía sirenas alejándose.
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