

El humo no es de izquierda ni de derecha y todos los argentinos deberíamos soplar para el mismo lado.
Parecía que estábamos preparados para cualquier cosa: granizo, nieve, heladas, inundaciones, falta de gas, cortes de luz, falta de agua, lluvia de meteoritos, invasiones de seres de otros planetas, escasez de combustible y sigue la lista.
Con los años, los argentinos –y en particular los porteños– nos fuimos acostumbrando a la idea de que cualquier cosa –la más insólita, la más disparatada– podía llegar a ocurrir.
Fue así que tomamos las precauciones del caso: seguros contra granizo, grupos electrógenos, filtros de agua potable, cocinas eléctricas, automóviles a gas, lámparas a pila y toda clase de remedios y sucedáneos capaces de hacer frente a cualquier eventual crisis.
Pero por más capacidad de inventiva para los desastres que hayamos desarrollado, la posibilidad de que la ciudad estuviera sumida en una gran nube tóxica de humo, con lluvia de cenizas y que todo esto provocara el cierre de todas las vías de acceso –y, lo que es más importante, de salida– de Buenos Aires, no cabía ni en la cabeza de Héctor Oesterheld escribiendo su versión más apocalíptica de El Eternauta.
Hoy el nombre Buenos Aires parece una ironía del destino: el humo hace que a estos aires no sólo no sean nada buenos sino, por el contrario, sean absolutamente irrespirables.
La noticia desconcertó a todo el mundo, excepto a los vendedores de barbijos, que rápidamente salieron a hacer su diferencia.
El resto de los porteños se siguen mirando azorados, preguntándose cómo es que sucedió y buscando una respuesta que no llega.
Creo, pues, que es el momento indicado para echar un poco de luz en medio de la bruma que produce el humo.
Y mi primera conclusión es que debemos despolitizar el conflicto.
Aclaro: no le temo a la política. No soy alguien que rechace la política sino más bien todo lo contrario.
Creo que toda relación humana es política y creo que todo problema tiene tanto un origen como una solución que forman parte del terreno de la política. Sin embargo, en este caso el asunto es muy distinto. Hay humo en el aire. Y el humo no es de derecha ni de izquierda. Por eso, buscar allí el problema es darle la espalda. No debemos alzar el dedo acusador buscando culpables donde no los hay.
Lo digo con todas las letras: el humo no es de derecha ni de izquierda. El humo busca hacernos daño a todos los argentinos, sin distinción de raza, condición social, religión o filiación política. Por eso creo que ante esta contingencia insólita, que puede traer consecuencias nefastas para todos los que vivimos bajo la gran nube tóxica, debemos unirnos todos los argentinos. Y, por una vez en la vida, tratar de soplar para el mismo lado. ¿No les parece?








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