Dioses, ¿qué tierra es esta?
Atiende, escucha.
Entramos en ese monte,
Ulises, tus compañeros,
a examinar sus entrañas,
a solicitar su centro,
cuando a las varias fortunas
del mar pensamos que el cielo
nos había hallado amparo,
nos había dado puerto.
Mas, ¡ay triste!, que el peligro
es de mar y tierra dueño;
porque en la tierra y el mar
tiene el peligro su imperio.
Dígalo allí, coronado
de tantos naufragios ciertos,
y aquí lo diga, ceñido
de tantos precisos riesgos,
aunque ni el mar ni la tierra
no tienen la culpa dellos,
pues el hombre en tierra y mar
lleva el peligro en sí mesmo
por diversos laberintos
que labró, artífice diestro,
sin estudio y sin cuidado
el desaliño del tiempo.
Discurrimos ese monte
hasta que, hallándonos dentro,
vimos un rico palacio
tan vanamente soberbio
que, embarazando los aires
y los montes afligiendo,
era para aquellos nube
y peñascos para estos
porque se daban la mano
con uno y con otro extremo.
Pero aunque viciosos eran,
la virtud no estaba en medio,
saludamos sus umbrales
cortesanamente atentos,
y apenas de nuestras voces
la mitad nos hurtó el eco
cuando de ninfas hermosas
un tejido coro bello
las puertas abrió, mostrando
apacible y lisonjero,
que había de ser su agasajo
de nuestros males consuelo,
de nuestras penas alivio,
de nuestras tormentas puerto.
Mintió el deseo. Mas, ¿cuándo
dijo verdad el deseo?
Detrás de todas venía,
bien como el dorado Febo
acompañado de estrellas
y cercado de luceros,
una mujer tan hermosa
que nos persuadimos, ciegos,
que era, a envidia de Dïana,
la diosa destos desiertos.
Esta, pues, nos preguntó
quiénes éramos; y habiendo
informádose de paso
de los infortunios nuestros,
cautelosamente humana
mandó servir al momento
a sus damas las bebidas
más generosas, haciendo
con urbanas ceremonias
político al cumplimiento.
Apenas de sus licores
el veneno admitió al pecho
cuando corrió al corazón;
y en un instante, un momento,
a delirar empezaron
de todos los que bebieron
los sentidos, tan mudados
de lo que fueron primero,
que no solo la embriaguez
entorpeció el sentimiento
del juicio, porción del alma,
sino también la del cuerpo.
Pues, poco a poco, extinguidos
los proporcionados miembros,
fueron mudando las formas.
¡Quién vio tan raro portento!
¡Quién vio tan extraño hechizo!
¡Quién vio prodigio tan nuevo!
¡Y quién vio que, siendo hermosa
una mujer con extremo,
para hacer los hombres brutos
usase de otros remedios,
pues destas transformaciones
es la hermosura el veneno!
Cuál era ya racional
bruto de pieles cubierto;
cuál, de manchas salpicado,
fiera con entendimiento.
Cuál sierpe armada de conchas;
cuál de agudas puntas lleno,
cuál animal más inmundo,
y todos al fin a un tiempo
articulaban gemidos
pensando que eran acentos.
La mágica entonces dijo:
«Hoy veréis, cobardes griegos,
de la manera que Circe
trata cuantos pasajeros
aquestos umbrales tocan».
Yo, que por ser el que haciendo
estaba la relación
de nuestros varios sujetos,
aún no había al labio dado
el vaso, el peligro viendo,
sin que reparara en mí
Circe, corrí; que en efeto
el que se sabe librar
de los venenos más fieros
de una hermosura es quien solo
niega los labios a ellos.
Esto, en fin, me ha sucedido;
y vengo a avisarte desto
porque desta esfinge huyamos.
Pero, ¿dónde podrá el cielo
librarnos de una mujer
con hermosura e ingenio?
lunes, 19 de julio de 2010
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