2020 y la Vida que debe madurar sin perder la inocencia del amor

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Que este año lleguemos sanos y salvos al año que viene

viernes, 20 de mayo de 2011

Los principios minimalistas





Los niños que se destacan -y tal vez se destacan, a veces son sólo ilusiones de los mayores - en algún arte, ciencia, deporte, habilidad, suelen ser los más tristes. Y arrastran esa tristeza para siempre, pero claro, por lo general la cubren de humor, y son muy buenos anfitriones.

Dicen de mí, ustedes, que soy buena anfitriona. Al menos recuerdo que lo dice Joise. Y Celestino, y José Itriago. Y María José lo siente quizá.

Etcétera.

Pero yo recuerdo de mí que no era demasiado cálida; y aun así yo era “el ruiseñor del aula” para la maestra.

Ruiseñor porque se suponía que “cantaba”, que cantaba sobre el papel con mi lápiz de niña.

Y sí, yo escribía todo lo que mi mano escribía, pero cuando dejaba el lápiz los campos y las flores se borraban, en el espejo no aparecía un ruiseñor, sobre el suelo estaba parada una niñita gorda, con trenzas y con botas, que ni siquiera salía a jugar cuando algún compañero la llamaba.

No salía a jugar, me tiraba en la cama, y a esa edad ya no tenía sueños, o tenía un único sueño: ser querida, bella, suave, quería jugar cuando fuera querida, y que todos los otros chicos me llamaran.

Pero nunca escuché ese llamado. La maestra insistía con la belleza del espíritu, hasta que un día me hizo “actuar” en un desfile de modas del colegio: mi mamá me había hecho ese vestido.



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