

En el Languedoc donde se hablaba la lengua de Oc, es decir provenzal- aparecieron en el siglo XI unos poetas revestidos de magia, que se mezclaron con “los hombres de negro”, los cátaros, y que en determinadas ocasiones fueron cátaros ellos mismos: los trovadores.



Sus historias de amor fueron múltiples, aunque raramente llegaron a conocer a su amada: alguien les mencionaba su belleza, su suavidad, su dulzura, y ellos iban por los caminos cantando las virtudes de estas damas hasta llegar a sus lejano castillos, si es que llegaban, y después a sus brazos, y esto era lo más raro del mundo.



Estos poetas, muchos de ellos de singular talento, eran los verdaderos “enamorados del amor” que después reencarnaron en el movimiento romántico. En Poe, en Baudelaire, en Bécquer…




Cuando pasan los siglos todo vuelve. Algunos trovadores se convirtieron en el siglo XX en trovadoras, y fueron como ellos, pacientes, nobles, sufridas aventureras de los caminos, y casi, no esperaron nada.
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