Moda,Moda y más Moda
Me entusiasmé tanto con esta última parte del tratamiento que, habiéndome sentado apenas me levantaba, casi al amanecer, en ese sitio, oscurecía, y me sentía convocada por la luna y la brillante estrella situada justo arriba de ella -que dicen que es el Diablo- y me quedaba algunas horas más. O corría mi asiento hacia el balcón y allí permanecía más próxima aún al cielo y al palacio.
. Yo habitaba un tercer piso por la calle Riobamba, y sólo separado por el balcón y unos cuantos metros cúbicos de aire libre tenía todo un panorama, como una pintura, como un friso, adonde estaban inscriptos dos palos borrachos -que después, en los días de marzo, se llenaban de flores- y una palmera erecta, alta y centenaria.
A veces, con las tormentas, la palmera se movía peligrosamente, y a fines de la primavera del 2001 -precisamente cuando hacía tan poco, el 11 de septiembre, habían caído con tanto estrépito y tragedia las torres gemelas en Nueva York-, yo sospechaba que en algún momento podría esa palmera caer rectamente justo sobre mi casa.
Pero eran sólo momentos, sólo ráfagas de pensamientos autodestructivos, porque a todo eso estaba venciendo a depresión que me produjo la muerte de Olga y también mi fracaso como poeta. Me había inventado una cura en la que entremezclaba budismo zen y alimentación vegetariana, yoga y caminatas aeróbicas, pero cuyo principal componente medicinal consistía en un cómodo sillón dispuesto en el living y mirando hacia el palo borracho, la palmera y el césped.
Sus ojos seguían siendo inmensas lámparas grises entre las plantas; mi imaginación le agregaba a su mirada ese poco de añil, ese poco de verde, ese poco de vetas amarillas que les faltaba en mi pared, pero los rasgos eran los mismos, ya que yo era la misma loca de siempre, la enamorada eterna de Olga Orozco.
Y Olga era la misma hechicera de siempre: transformaba mis escritos, corregía mis verbos, marcaba con fibra amarilla las cosas que yo escribía y que no le gustaban, desde el más allá, o el más acá al lado mío, o el más o menos acá entre sus visitas a amigos en el cielo y su magisterio en la tierra con Mora, su alumna
garantiza ningún conocimiento, pero alrededor de ese lector desordenado se va tejiendo una. El adjetivo de la palabra capa lo inscribí conscientemente; lo que sí tengo que aclarar es que la magia en este capa mágica llamada con apresuramiento cultura literaria. El adjetivo de la palabra capa lo inscribí conscientemente; lo que sí tengo que aclarar es que la magia en este caso no se pesa en oro sino en chatarra.