



La lectura en desorden no





Y advertir además que la chatarra también es útil, increíblemente, en un mundo tan descascarado: rellena. Yo leí -y leo- durante años y años los libros que casualmente fluyen hacia mis manos, creo haberlo dicho ya. A veces fluyen otra vez, y otra vez, y otra vez, entonces, en algunas ocasiones, descubro fascinada que “he descubierto” a su escritor: podría completarle las frases, sabría cómo termina su cuento, etc.
Seguro que tal prodigio que me traen los días es pura ilusión, e inmodestia, por decir lo menos. Pero el momento -”mágico”, de nuevo- en que parece alumbrar en mí una lámpara que enfoca todo el perfil de una persona es uno de los que considero mi Paraíso.
Después se pierden esos momentos; ya no recuerdo por ejemplo cómo era conocer la mirada de Proust, el primer piar de sus pájaros en la mañana en el Bulevar de los Tilos en París; o los terrores de Dostoievsky jugándose sus últimas novelas, apostando fama y amores por última vez. Eso sí, nunca había descifrado el verdadero y poderoso rostro de mi querido Borges.
Sentía que se escondía, que me hacía trampa o bien que su escritura era tan transparente que no ocultaba más que gloria infinita.
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