El que algo eche luz sobre la propia insignificancia impulsa a actuar.
El estudiante Rodion Raskólnikov robó un hacha y se encaminó a cumplir su obra. Hacía mucho tiempo una voz –pero no era una voz como las voces que le hablaban a Juana de Arco, sino su propia voz más grave, afectada por un problema bronquial- le encarecía que matara a la vieja usurera, a la liendre, al piojo inmundo que era Alena Ivanovna.







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