2020 y la Vida que debe madurar sin perder la inocencia del amor

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Que este año lleguemos sanos y salvos al año que viene

domingo, 8 de diciembre de 2013

Cuando todo parecía perdido

Antes los seres humanos festejábamos. Desde las Saturnales hasta la Pascua de Navidad, el Año Nuevo y la Pascua de Resurrección, las fiestas de primavera, las fiestas de otoño. 

En las fiestas de otoño se celebraba que la vida hubiera llegado a su punto más alto en el verano, y que empezara a declinar. Y aunque todo sigue siendo símbolo todavía, ya no podemos festejar con alegría verdadera aquello en lo que no creemos más. 

Porque de verdad es asombroso que en los últimos años hayamos dejado de lado toda duda o especulación respecto a Dios o a los dioses: definitivamente, casi en masa, no creemos, nadie cree en lo invisible, como si los ojos no pudieran ver más allá de sus líquidos cristales. 

Y los que creen tienen que hacer extrañas magias para rebautizar a sus dioses: energía primera, etc. Esas costumbres de fiestas y conmemoraciones encubrían un corazón agradecido hasta por la muerte. Hace unos días estuve con un amigo jugando al ajedrez. 

El ajedrez es un juego que hace pensar no sólo en qué pieza -o trebejo- se debería mover para ganar, sino también en “Cuando los jugadores se hayan ido/ cuando el tiempo los haya consumido…”.

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