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Dice Montaigne en uno de sus muchos ensayos y entre otras muchas cosas quizá más eternas, que “me acontece frecuentemente en las conversaciones alicaídas y deshilvanadas, de pura fórmula, emitir y responder ensueños y torpezas ridículos e indignos de una criatura, o bien mantenerme silencioso con obstinación verdadera, inhábil e incivilmente.
Mi manera natural de ser es soñadora y contribuye a que dentro de mí mismo me recoja, caracterizándome además una ignorancia absoluta y pueril de algunas cosas de las más comunes”.
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