2020 y la Vida que debe madurar sin perder la inocencia del amor

2020 y la Vida que debe madurar sin perder la inocencia del amor
Que este año lleguemos sanos y salvos al año que viene

sábado, 21 de mayo de 2011

Cuentos inapropiados

La noche era ella misma, ese bulto que sólo podía tocar su carne sin darse ninguna explicación, sin siquiera saber la palabra fantasma o la palabra bulto.

No conocía las estrellas, la medida, la altura, ni siquiera sabía lo que era el silencio porque también, como la noche, ella era el silencio, al menos no se distinguía del silencio, apenas era un cuerpo que era noche y silencio sin nombres, sin nombre.

Sabía, de todos modos, sin letras, sin sonidos, sin resplandor, que era; parece que el ser sabe que es, cercana a una planta, con igual sabiduría.

Ella podía llover, podía ser la lluvia cuyo tacto la refrescaba; podía tantear la fuerza, comprender con el olfato las historias guardadas en el perfume.

En la oscuridad donde nunca para ella existió ninguna lámpara, apareció una mano que acaricia.

No puede haber sido otra cosa que la mano de una médium, que le transmitía las sensaciones y experiencias del para Helen remoto país de los cuerpos visibles y sonoros. Así como otra médium traduce las palabras de los muertos, Ana le armó el mundo de los que la rodeaba.

Se necesita creer, para que alguien nos diga qué dicen nuestros queridos que murieron. Creer, para no morir con ellos que ya no existen a nuestro lado pero están en alguna parte.

Y también Helen necesitaba creer, y Anne, su maestra, creer el doble.

¿Cómo transmitir el sentido y el nombre de una Piedra, augurando todo lo callado sobre la piedra, el viento que la traspasa desde hace siglos y a la vez su solidez, y su nombre, y su historia, o su leyenda?

Y si es tan impresionante llegar a traducir lo que es una piedra para alguien que no oye ni ve, que nunca vio ni oyó, ¿cómo traducir el amor, la blancura, la música, la belleza?

Lecturas en la escuela

Mis compañeros y yo nos sentimos tocados por la mágica biografía de Helen Keller que nos leía la maestra.

No llorábamos de tristes, sino de hechizados, o tal vez porque nos sentíamos un poco menos que Helen Keller.















viernes, 20 de mayo de 2011

Los principios minimalistas





Los niños que se destacan -y tal vez se destacan, a veces son sólo ilusiones de los mayores - en algún arte, ciencia, deporte, habilidad, suelen ser los más tristes. Y arrastran esa tristeza para siempre, pero claro, por lo general la cubren de humor, y son muy buenos anfitriones.

Dicen de mí, ustedes, que soy buena anfitriona. Al menos recuerdo que lo dice Joise. Y Celestino, y José Itriago. Y María José lo siente quizá.

Etcétera.

Pero yo recuerdo de mí que no era demasiado cálida; y aun así yo era “el ruiseñor del aula” para la maestra.

Ruiseñor porque se suponía que “cantaba”, que cantaba sobre el papel con mi lápiz de niña.

Y sí, yo escribía todo lo que mi mano escribía, pero cuando dejaba el lápiz los campos y las flores se borraban, en el espejo no aparecía un ruiseñor, sobre el suelo estaba parada una niñita gorda, con trenzas y con botas, que ni siquiera salía a jugar cuando algún compañero la llamaba.

No salía a jugar, me tiraba en la cama, y a esa edad ya no tenía sueños, o tenía un único sueño: ser querida, bella, suave, quería jugar cuando fuera querida, y que todos los otros chicos me llamaran.

Pero nunca escuché ese llamado. La maestra insistía con la belleza del espíritu, hasta que un día me hizo “actuar” en un desfile de modas del colegio: mi mamá me había hecho ese vestido.



La última nominación a la verguenza

Siempre me pregunté -además de los que todos se preguntaron desde el siglo XVI, es decir, ¿qué esconde la sonrisa de La Gioconda?-

qué quedaba detrás de ese cuadro cuando estaba pintándolo Leonardo Da Vinci.

Más claramente, no en el cuadro, sino atrás, pero sí pasando por la puerta de su sonrisa.

Y mi respuesta, porque todos tenemos una respuesta especial para cada una de nuestras preguntas más “originales”- era que había una construcción de abismos y retablos con fuego. En esa construcción, estaban parados Leonardo y su amante (De amor y de sombra).

Leonardo y su amante, que era su amado transparentemente, se abrazaban por fin sin pecar, sin violar esa envoltura tan fina -y esplendorosa-

que se bifurca en lagos en dos lugares de la carne. Allí me parecía que detrás de las vírgenes y de los mantos, de la escenografía renacentista, mientras

entre los mantos un pliegue dibujaba el buitre de la infancia de Leonardo -el buitre que “descubrió” Freu- ellos se abrazaban y se besaban, y también atrás de toda sonrisa, en la profunda realidad.

Es anecdótico para mí que algunos científicos estén tratando de ubicar el paradero de quien fue la modelo del cuadro, de la joven, Gioconda.

Lo que importa está mucho más lejos, detrás del cuadro pero también del tiempo, Leonardo es libre y está seguro.

Otro cuadro que me hizo pensar en esos rostros: La bordadora

La bordadora, de Vermeer, me hizo soñar con las heroicas mujeres que con todas las ganas de luchar, se encerraban a tejer mañanitas, a bordar manteles, a hacer los ruedos de las calzas.

Porque el heroísmo era tal: era dar la vida por una vida para sus hombres. Increíblemente, mártirmente.

Y no sólo en la Edad Media, a veces las historias bordearon el siglo XX; tal vez el XXI.

Pero la maravillosa serenidad del rostro de esas mujeres es la que Vermeer capturó; creo que he leído alguna vez una descripción que hace Virginia Woolf de una mujer que está cosiendo, y se parece al cuadro del holandé.