2020 y la Vida que debe madurar sin perder la inocencia del amor

2020 y la Vida que debe madurar sin perder la inocencia del amor
Que este año lleguemos sanos y salvos al año que viene

lunes, 17 de septiembre de 2012

graficos de lunas

besos de menalista

Querer menos

Me entusiasmé tanto con esta última parte del tratamiento que, habiéndome sentado apenas me levantaba, casi al amanecer, en ese sitio, oscurecía, y me sentía convocada por la luna y la brillante estrella situada justo arriba de ella -que dicen que es el Diablo- y me quedaba algunas horas más. O corría mi asiento hacia el balcón y allí permanecía más próxima aún al cielo y al palacio.

Momentos de inpiedad

Olga sabía que yo vivía enfrente del edificio de Obras Sanitarias, del famoso Palacio de las Aguas Corrientes, y alguna vez me había visitado, antes, cuando escribía poemas “materiales”. Ahora le era todavía más fácil ubicarme . Yo habitaba un tercer piso por la calle Riobamba, y sólo separado por el balcón y unos cuantos metros cúbicos de aire libre tenía todo un panorama, como una pintura, como un friso, adonde estaban inscriptos dos palos borrachos -que después, en los días de marzo, se llenaban de flores- y una palmera erecta, alta y centenaria. A veces, con las tormentas, la palmera se movía peligrosamente, y a fines de la primavera del 2001 -precisamente cuando hacía tan poco, el 11 de septiembre, habían caído con tanto estrépito y tragedia las torres gemelas en Nueva York-, yo sospechaba que en algún momento podría esa palmera caer rectamente justo sobre mi casa. Pero eran sólo momentos, sólo ráfagas de pensamientos autodestructivos, porque a todo eso estaba venciendo a depresión que me produjo la muerte de Olga y también mi fracaso como poeta. Me había inventado una cura en la que entremezclaba budismo zen y alimentación vegetariana, yoga y caminatas aeróbicas, pero cuyo principal componente medicinal consistía en un cómodo sillón dispuesto en el living y mirando hacia el palo borracho, la palmera y el césped.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Sacados

El 15 de agosto de 1999, murió Olga Orozco, y yo me quedé más triste de lo que generalmente estoy. Empecé a ver en las sombras de las plantas del balcón que se reflejaban al atardecer en el living, la cara misteriosa de Olga, y ni siquiera transformada por el paso que había dado -la muerte. Sus ojos seguían siendo inmensas lámparas grises entre las plantas; mi imaginación le agregaba a su mirada ese poco de añil, ese poco de verde, ese poco de vetas amarillas que les faltaba en mi pared, pero los rasgos eran los mismos, ya que yo era la misma loca de siempre, la enamorada eterna de Olga Orozco. Y Olga era la misma hechicera de siempre: transformaba mis escritos, corregía mis verbos, marcaba con fibra amarilla las cosas que yo escribía y que no le gustaban, desde el más allá, o el más acá al lado mío, o el más o menos acá entre sus visitas a amigos en el cielo y su magisterio en la tierra con Mora, su alumna

una flor de despedida

Para una escritora, o para un escritor, la nostalgia florece cada vez que encuentra entre sus papeles un anónimo envío de los tiempos pasados. El tiempo sin embargo habla con voz muy dura, ¡éramos tan inocentes entonces! O mejor: ¡éramos tan ignorantes y no lo sabíamos!. He aquí una perla de mi cofre.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Babelito

productos no vencibles


La fuente de la poesía envía largas serpentinas de voces desde cualquier lugar. El bosque, el mar, el asfalto, la montaña, los campos florecidos o nevados -yo, ahora que empieza la primavera, tengo cerezos y ciruelos en flor.


¿Quién es el que pregunta si puede publicar uno, varios o muchos cuentos o poemas? Esta página es el lugar que imaginé para reunir vuestras voces, en el bosque, el mar, el asfalto…

Pueden enviar todos los escritos que deseen, editarlos acá. Muchísima gente va a leerlos,

   

van a atravesar la alegría, el dolor y la esperanza de muchísima gente, van a llegar a espíritus aún despiertos -¿o aún dormidos?- y a espíritus que no se sabe dónde han despertado. La poesía es una locura incurable y eterna.

Junta palabras como flores -flores negras o blancas- y se las da en ramos ardientes a las almas. Conocidas, desconocidas, almas siempre hermanas. La mano tiene la urgencia de escribir sobre el papel los signos que están durmiendo en todos los otros órganos del cuerpo y del alma, y dárselo a cualquiera.

Antes de escribir, el ser humano es poesía; al dársela al papel, la transmite a posibles, infinitos destinatarios. ¡Envíen todos sus escritos, Poetas!… Sus cuentos, sus fragmentos de diarios…

martes, 11 de septiembre de 2012

Punto muerto




La lectura en desorden no garantiza ningún conocimiento, pero alrededor de ese lector desordenado se va tejiendo una. El adjetivo de la palabra capa lo inscribí conscientemente; lo que sí tengo que aclarar es que la magia en este capa mágica llamada con apresuramiento cultura literaria. El adjetivo de la palabra capa lo inscribí conscientemente; lo que sí tengo que aclarar es que la magia en este caso no se pesa en oro sino en chatarra.



Y advertir además que la chatarra también es útil, increíblemente, en un mundo tan descascarado: rellena. Yo leí -y leo- durante años y años los libros que casualmente fluyen hacia mis manos, creo haberlo dicho ya. A veces fluyen otra vez, y otra vez, y otra vez, entonces, en algunas ocasiones, descubro fascinada que “he descubierto” a su escritor: podría completarle las frases, sabría cómo termina su cuento, etc.



Seguro que tal prodigio que me traen los días es pura ilusión, e inmodestia, por decir lo menos. Pero el momento -”mágico”, de nuevo- en que parece alumbrar en mí una lámpara que enfoca todo el perfil de una persona es uno de los que considero mi Paraíso.


Después se pierden esos momentos; ya no recuerdo por ejemplo cómo era conocer la mirada de Proust, el primer piar de sus pájaros en la mañana en el Bulevar de los Tilos en París; o los terrores de Dostoievsky jugándose sus últimas novelas, apostando fama y amores por última vez. Eso sí, nunca había descifrado el verdadero y poderoso rostro de mi querido Borges.

Sentía que se escondía, que me hacía trampa o bien que su escritura era tan transparente que no ocultaba más que gloria infinita.